Bastas llanuras de cereales, campos que desde antaño se labraron al ritmo lento de la yunta y se cosechaban en el abrasador estío, hoz en mano, por cuadrillas de segadores.
Rudas gentes que dependían del fruto de la tierra, de la cosecha anual que llenaba sus graneros (los de unos más que otros).
Hoy, esos mismos campos, mecanizados unos, abandonados otros, ahí siguen viendo pasar nuevas generaciones de agricultores, con las mismas ilusiones, las mismas esperanzas puestas en que la próxima cosecha sea mejor que la actual. La resignación de siempre mientras dejan los mejor de sus vidas sobre la tierra que los vio nacer.
P.d. Dedicado a nuestros mayores, a su trabajo duro y nunca lo suficientemente valorado.
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