Una mañana cualquiera, de uno de esos días del largo periodo estival. Como en otras muchas ocasiones, sin rumbo definido, dirijo mis pasos a la cercana villa de Castril.
Hoy no me adentro en el intrincado laberinto de barrancos de su parque natural, hoy toca un liviano paseo por sus calles de empinadas cuestas, no en vano no dista tanto de la montaña que lo rodea. Por cierto, hace pocos días, en esas mismas cumbres se dejó la vida un montañero, bello lugar, que en algunas ocasiones se cobra un caro tributo al que lo contempla.
Como decía, la población, localizada en lo alto de una loma bajo la cual el ronroneo de las aguas de su río, encajonado en altas paredes calizas que parecen impedirle el paso, se desparrama en callejuelas sin orden ni concierto, todas ellas bajo la atenta mirada desde la cumbre, de su santo.
Os dejo con unas tomas, algunas de ellas desde arriba, emulando lo que verían los ojos de las aves que la sobrevuelan, felices ellas que tienen el privilegio de tan honorífica panorámica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario