Visitar la isla de Tenerife, supone necesariamente para todo el que se precie de amante de la montaña, la obligación, por imperiosa, de ascender la cumbre más alta de la península.
Paradójicamente, este hecho solo supone emplear medio día de nuestras vacaciones, pues lo que en principio puede parecernos toda una odisea montañera como es ascender hasta los
Hechos ya los ánimos de tan aventurera travesía, nos disponemos a dejar atrás la comodidad de nuestro hotel, para, siguiendo una de las varias carreteras emprender el ascenso hasta el valle. Tomemos como punto de partida aquel que cada uno tenga, en mi caso el Puerto de
El paisaje durante la subida es una suerte de engaño sobre lo que nos espera más adelante. La mayor parte de los días, en época de verano,



Tras dejar atrás el Centro de Visitantes del Portillo, avanzamos hacia la siguiente etapa de nuestro viaje, a ambos lados de la carretera pasaremos sucesivamente junto a Montaña Blanca, Montaña Mostaza, Montaña Roja, (los nombres son fácilmente comprensibles, y no merecen explicación del porqué de los mismos) hasta llegar a nuestro primer destino, el aparcamiento en la base misma del volcán.
La segunda etapa consiste en ascender desde los 2300 hasta los



Bien, pues después de esta segunda etapa, tan sufrida, ya nos encontramos en los

El inconveniente, una vez hemos optado por la segunda de ellas, es que muchos olvidan que esto es un Parque Nacional de acceso restringido, y tanto. Se necesita un permiso previo para realizar la ascensión final, y además el número de personas en cumbre también está limitado a unas pocas personas. Es probable que tengas que esperar turno de subida, mientras un frío de consideración acompañado de un fuerte viento te empieza a congelar las ideas (ni te cuento como estaban los equipados con ropa playera).
Cuando llega tu turno de subida, te arropas con todas tus fuerzas y enlazas las primeras rampas con todo el mejor ánimo. Son tan solo



Pero todo toca a su fin, así que tras hacer de tripas corazón, y echar los restos en las últimas rampas, alcanzas tu meta. Arriba el viento es más fuerte aun si cabe, y por si fueran pocas tus desdichas, parecería que has llegado al mismísimo infierno pues te encuentras rodeado de un apestoso olor a azufre quemado que surge por las pequeñas fumarolas del cono volcánico. Un último esfuerzo supone el subirse sobre la roca para hacerse la foto de rigor y dibujar la sonrisita en tu cara helada cuando el fotógrafo te avisa que va a hacer el disparo. De las tan leídas maravillosas vistas desde la cumbre, que nos permitirán contemplar la totalidad de las islas, solo pude ver una inmensidad de nubes a mi alrededor y algo en el horizonte que algunos isleños que hasta allí habían subido decían ser Llegados de nuevo abajo, a la amplitud de las Cañadas, queda la no menos tópica y típica visita y foto en los Roques de García y Roque Cinchado, aquellos que salían fotografiados en los antiguos billetes de la añorada peseta, ya junto al Parador Nacional y deambular de aquí para allá por tan hermoso paraje.


