Publicado por
Juan
Visitar la isla de Tenerife, supone necesariamente para todo el que se precie de amante de la montaña, la obligación, por imperiosa, de ascender la cumbre más alta de la península.
Paradójicamente, este hecho solo supone emplear medio día de nuestras vacaciones, pues lo que en principio puede parecernos toda una odisea montañera como es ascender hasta los 3718 m., dista con mucho de la verdad, como descubriré más adelante.
Hechos ya los ánimos de tan aventurera travesía, nos disponemos a dejar atrás la comodidad de nuestro hotel, para, siguiendo una de las varias carreteras emprender el ascenso hasta el valle. Tomemos como punto de partida aquel que cada uno tenga, en mi caso el Puerto de la Cruz, subiremos por una serpenteante carretera de montaña entre pinares de repoblación a lo largo del valle de La Orotava.
El paisaje durante la subida es una suerte de engaño sobre lo que nos espera más adelante. La mayor parte de los días, en época de verano, La Orotava se encuentra sumida en un mar de nubes, por lo que ascender el valle conlleva en la mayoría de las ocasiones toparnos con una tupida niebla como compañera de viaje hasta alcanzar la entrada a las Cañadas del Teide, donde, ¡oh sorpresa!, las nubes se pierden como por arte de magia y sin previo aviso cambiamos de un paisaje más propio del norte peninsular a darnos de bruces con el desierto africano. Ahora ya estamos por encima de los 2000 metros, y aun no hemos echado pie a tierra (ya avisé que esto no era para tanto)
Tras dejar atrás el Centro de Visitantes del Portillo, avanzamos hacia la siguiente etapa de nuestro viaje, a ambos lados de la carretera pasaremos sucesivamente junto a Montaña Blanca, Montaña Mostaza, Montaña Roja, (los nombres son fácilmente comprensibles, y no merecen explicación del porqué de los mismos) hasta llegar a nuestro primer destino, el aparcamiento en la base misma del volcán.
La segunda etapa consiste en ascender desde los 2300 hasta los 3500 metros aproximadamente de la base del cráter volcánico. ¿Parece duro, verdad? Pues tampoco es así, la única dificultad estriba en haber madrugado lo suficiente esa mañana para coger la cola del teleférico a primera hora. Ya que ese tremendo desnivel de 1200 metros lo hacemos en poco más de 5 minutos mientras admiramos desde la cabina el extraordinario paisaje de las Cañadas del Teide.
Bien, pues después de esta segunda etapa, tan sufrida, ya nos encontramos en los 3500 metros de altitud, y con la única pérdida de energía de los 25€ que nos hemos dejado en el billete de subida (algo tenía que costarnos el no esfuerzo). Lo primero que nos sorprende nada más pisar el suelo ennegrecido de las lavas volcánicas, es que aquel esplendoroso clima que dejamos a la orilla del mar ha pasado a la historia. Esto es pura y dura montaña y la altitud no perdona. El termómetro, que parece haberse vuelto loco, puede alcanzar fatídicamente los 5 grados, y las hornadas de despistados turistas que te acompañaron provistos de las chanclas playeras y el bañador empiezan a fruncir sus ceños, mientras empiezan a pensar que no fue tan buena idea haber subido hasta aquí. ¡Pobrecitos, a la montaña hay que ir con ropa apropiada para la ocasión!
Desde esta plataforma, tenemos por delante dos opciones. Una de ellas es deambular por alguna de las varias sendas, perfectamente marcadas, hasta alguno de los miradores que dan vista a los cuatro costados de la isla. La otra, la de los más osados, es la ascensión a la cumbre.
El inconveniente, una vez hemos optado por la segunda de ellas, es que muchos olvidan que esto es un Parque Nacional de acceso restringido, y tanto. Se necesita un permiso previo para realizar la ascensión final, y además el número de personas en cumbre también está limitado a unas pocas personas. Es probable que tengas que esperar turno de subida, mientras un frío de consideración acompañado de un fuerte viento te empieza a congelar las ideas (ni te cuento como estaban los equipados con ropa playera).
Cuando llega tu turno de subida, te arropas con todas tus fuerzas y enlazas las primeras rampas con todo el mejor ánimo. Son tan solo 162 metros de desnivel te dices a ti mismo. Pero, diantres, tras la primera rampa el suelo más que empinarse parece levantarse sobre ti, y la rampa se convierte en escalones, y tus fuerzas flojean. Parece broma, pero esos pocos metros de desnivel te ponen a prueba, amen de que la falta de oxígeno por la altitud te hará recordar el mucho tiempo que llevas sin hacer deporte, el tabaco que no has conseguido dejar aún, y esas copitas nocturnas de los días vacacionales.
Pero todo toca a su fin, así que tras hacer de tripas corazón, y echar los restos en las últimas rampas, alcanzas tu meta. Arriba el viento es más fuerte aun si cabe, y por si fueran pocas tus desdichas, parecería que has llegado al mismísimo infierno pues te encuentras rodeado de un apestoso olor a azufre quemado que surge por las pequeñas fumarolas del cono volcánico. Un último esfuerzo supone el subirse sobre la roca para hacerse la foto de rigor y dibujar la sonrisita en tu cara helada cuando el fotógrafo te avisa que va a hacer el disparo. De las tan leídas maravillosas vistas desde la cumbre, que nos permitirán contemplar la totalidad de las islas, solo pude ver una inmensidad de nubes a mi alrededor y algo en el horizonte que algunos isleños que hasta allí habían subido decían ser La Gomera y La Palma (Dios les guarde la vista si así era) Así que cumplida ya la misión lo mejor es bajar al valle donde te espera un calorcito más que reconfortante y el resto de la travesía.Llegados de nuevo abajo, a la amplitud de las Cañadas, queda la no menos tópica y típica visita y foto en los Roques de García y Roque Cinchado, aquellos que salían fotografiados en los antiguos billetes de la añorada peseta, ya junto al Parador Nacional y deambular de aquí para allá por tan hermoso paraje.