San Juan de la Peña y alrededores: El monasterio nuevo

Nada más llegar a la pradera de San Indalecio y lograr hueco donde dejar el vehículo (esto parece Benidorm en hora punta) dirijo mis pasos a la impresionante fachada del monasterio que destaca sobremanera entre tanto verde.
Empezamos bien, lo primero que toca es pasar por taquilla (en este país ya se sabe, la cultura hay que pagarla). Abonado el completo, (léase entrada, para los más suspicaces) me dice la amable señorita que aguarde en la puerta que a las 12 da comienzo el recorrido. Son las 12,20 (horario español, es normal) cuando al señor que lleva el grupo le parece que este es lo suficientemente numeroso como para abrir las puertas.
-Tomen asiento que la proyección de audiovisuales va a empezar.
Pero, ¿dónde están los asientos?, mejor hubiera ordenado remedando a Tejero: ¡todo el mundo al suelo!.
Sobre la pared van sucediendose las imágenes de aguerridos caballeros medievales que persiguen sin tregua al moro infiel, conquistando las tierras que colmaron al reino de Aragón, así cronológicamente hasta la actualidad. De cuando en cuando, eso sí, tienen la sana costumbre de cambiar la proyección de una pared a otra, con lo que al final de la sesión tu porción de asiento (léase suelo) queda mucho más limpia que cuando entraste.
Al término de la proyección, ya bien empapado en los avatares de la historia aragonesa, te invitan a continuar la visita. Con la ilusión puesta en poder contemplar un magno monasterior del XVI te adentras en el patio de lo que debería haber sido el claustro.
¡Oh sorpresa! ¿donde está el monasterio?
Un generoso corredor de altas paredes de cristal opaco, gira sobre el patio central, rematado el conjunto con una exposición de cuadros modernistas (esto debería haber sido el claustro). ¿Donde leches estará el monasterio?. Accediendo a la primera planta, el suelo, ahora sí de cristal traslúcido permite ver los restos arqueológicos de los muros de lo que fue el monasterio (antes de que un incendio lo arrasara) y la exposición de piezas halladas en el mismo. En la planta baja adyacente se puede visitar junto a estos restos pétreos, algunas reconstrucciones que acompañan esculturas humanas que recrean lo que fueron las labores cotidianas de aquellos monjes.
Así, con la sensación en el cuerpo de haber visitado el viejo poblado del oeste americano de Tabernas (Almería) donde las casas son una fachada de madera sostenida en su parte trasera por vigas de madera, doy por terminada la visita.
De nuevo en la calle, nada mejor que hacer que acercarse a los miradores que hay alrededor. En poco más de 300 metros, nos encontramos en el mirador del balcón de los Pirineos o de Pilatos (aún no logro entender que hacía este personaje por estas tierras). La vista es esplendorosa y extensa. Buena parte de los altos picos del Pirineo se abre ante nuestros ojos. Con la ayuda de un mapa guía sobre una mesa de piedra, podemos recrearnos tratando de identificar sus cumbres más emblemáticas, difícil tarea ante tal enjambre de cimas calizas. De todas, me quedo con la certeza del Midi D'Ossau (2884m), cumbre francesa, facilmente reconocible por su mole troncocónica y cuya silueta se puede contemplar desde casi caulquier lugar (esa cima solitaria que se atisba en el fondo a la derecha de la foto inferior)

Más al este se encuentra el mirador de San Voto y la ermita del mismo nombre, donde en el cartel informativo junto a esta, se puede leer que está situada donde, según cuenta la leyenda, se paró milagrosamente ante el abismo, el caballo desbocado de Voto que perseguía a un ciervo, salvándole a su jinete de una muerte segura. La ermita del siglo XVI se erigió en su honor y el de su hermano Felix, más tarde ambos llegarían a ser Santos y a los que la tradición otorga el honor de fundar el viejo monasterio al abrigo de la roca bajo estos parajes.
Desde este punto con amplias vistas del valle y las montañas, se accede en bajada por una senda al monasterio viejo, lugar al que dirijí mis pasos.
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